Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente
visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas
hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios. - Romanos 1:20-21.
Cada nuevo descubrimiento de la Ciencia evidencia alguna maravilla
oculta de la naturaleza. El renombre que merece el autor del descubrimiento es
legítimo, pero se olvida fácilmente que una gloria mucha más grande pertenece a
Dios, quien creó todo lo que la inteligencia de los hombres busca sondear, y
quien también les dio la capacidad para hacerlo.
En el transcurso de los siglos, hombres inteligentes se esforzaron por
explotar todo lo que les era accesible. Pero ya Salomón vislumbró que “no hay
fin
de hacer muchos libros” (Eclesiastés 12:12).
La inteligencia, esa capacidad dada al hombre para buscar y comprender,
debería hacerle discernir la grandeza del Dios creador, de quien depende. Esa
facultad implica una responsabilidad moral que el animal no posee.
Pero si el conocimiento de las cosas creadas no lleva al ser humano a
honrar a Dios y a reconocer su poder y su autoridad, no hace más que agravar su
responsabilidad y Dios lo declara inexcusable.
“El principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Proverbios 1:7) .
Rehusar inclinarse humildemente ante su Creador conduce al hombre a
enorgullecerse de sus conocimientos, aunque limitados, para levantarse contra
Dios, discutir su Palabra y hasta negar su existencia.