El Señor oye
El Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día (es), el Angel que me liberta de todo mal. - Génesis 48:15-16.
Por la fe Jacob, al morir… adoró apoyado sobre el extremo de su bordón. - Hebreos 11:21.
Jacob, cuyo nombre significa «el que suplanta», «el que pasa antes que los demás», mintió a su padre, engañó a su hermano y huyó de casa por miedo a que lo mataran.
La noche siguiente a su huida, Dios se le apareció en un sueño y le ofreció su gracia acompañada de promesas incondicionales, diciendo: Yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra (Génesis 28:15). Jacob tuvo miedo de la presencia de Dios; sin embargo, pensó en negociar con él porque no le gustaban las cosas gratuitas. Como un verdadero comerciante, respondió: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, el Señor será mi Dios… y de todo lo que me dieres, el diezmo (10 %) apartaré para ti (v. 20-22).
Antes de seguir su camino, Jacob tuvo un gesto de respeto para con Dios: tomó la piedra que había puesto de cabecera, la levantó como señal y derramó aceite sobre ella.
¿Sabemos «señalar con una piedra blanca» los momentos en que Dios nos ha hablado? ¿Reconocemos su voz consoladora cuando estamos desalentados, quizás huyendo o llenos de remordimientos por haber hecho daño a alguien? ¿Aceptamos su don gratuito, su perdón? ¿O pretendemos negociar con él diciendo: Me comprometeré con Dios, pero sólo con tal o cual condición?